jueves, 17 de septiembre de 2009

¿Amar al enemigo? Una reflexión sobre la Compasión.

En una ocasión un maestro budista llevó a sus discípulos a un retiro en un bosque. Al llegar al lugar de retiro los discípulos salieron a buscar leña. Entonces vieron como un cazador daba muerte a un ciervo. Al regresar explicaron al maestro la gran compasión que habían sentido por el pobre animal. Al oír esto el maestro se levantó y les ordenó regresar, el retiro se había suspendido pues aún no estaban preparados para progresar, no comprendían aún que es la compasión.

La compasión budista es de hecho muy similar, si no idéntica, a la compasión cristiana. Es quien genera la violencia, el sufrimiento, quien merece nuestra compasión y perdón, pues es quien atenta contra su integridad moral y espiritual. Quien sufre, al fin y al cabo, no ha realizado nada que dañe su humanidad.

¿Cómo despertar esa compasión? Es más, ¿realmente tiene sentido? Como intenté explicar en el post anterior, todo lo que somos es herencia de lo que fuimos, de lo que hemos vivido, de lo que aprendimos, de las experiencias pasadas de las que no somos dueños. No hay libre albedrío, no se realiza el “mal” voluntariamente, pues no existe la libre voluntad. Aceptando de manera absoluta el hecho de que no existe el libre albedrío aparece espontáneamente la compasión hacia al que genera sufrimiento.

Muy relacionado con el concepto de la compasión está el del amor universal: “ama a tu prójimo como a ti mismo”. Tan solo hay una manera de llevar esto a cabo y es comprendiendo que no hay “tú y yo”. Cuando alcanzamos la visión de unidad y somos conscientes de que Todo es Uno, el amor universal es la consecuencia natural. Este amor supone también la compasión por empatía, comprendiendo que siendo todos lo mismo en el fondo, yo podría él.

Estas son las dos vías hacía la liberación: la del conocimiento y la del amor. Pues también cuando mediante la reflexión y la empatía vamos desarrollando el amor universal y la compasión, finalmente llegamos a comprender que Todo es Uno. Ambas vías se complementan y una lleva a la otra.


Reflexionemos sobre la validez de la no compasión, del castigo como vía sistemática para intentar mejorar la sociedad y los individuos. Instintivamente queremos castigar a aquellos que nos hacen daño. El sistema penitenciario está pensado fundamentalmente como un sistema punitivo, de castigo. Pero, seamos claros, tan solo sirve para calmar las ansias de venganza de aquellos que sufren algún delito, sea una agresión, un robo, una violación o el asesinato de un ser querido. Pero, ¿funciona? La respuesta es más que evidente, no. Si realmente funcionara nuestra sociedad sería diferente. ¿Queremos vengarnos o queremos evitar que sigan sucediendo este tipo de cosas? Está claro que el castigo no amedrenta a quien realiza estos actos, ni la cadena perpetua o la pena de muerte impiden que sigan produciéndose este tipo de actos. La violencia no puede ser detenida con más violencia, ni con odio, ni con ira. La violencia tan solo puede ser detenida mediante la comprensión.

Esto no significa que debamos dejar a aquellos que cometen violencia libres y sin consecuencias por sus actos. Pero en vez de centrarse en el castigo (surgido del odio y la ira) sería mejor entender la raíz del problema y enfocar la acción hacia la prevención y hacia la rehabilitación siempre que sea posible. A Pitágoras se le atribuye la sentencia: “Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres”



Tan solo actuando sobre la fuente de los problemas se pueden solucionar. Entendiendo que todos somos víctimas de nosotros mismos, de nuestro pasado, sentimos compasión hasta por el más cruel asesino. Es el quien se ha alejado de su humanidad y no sus víctimas. Pero siendo consecuencia de su educación, de sus vivencias, ¿es realmente culpable?

La próxima vez que sientas odio hacia alguien por algún acto que haya cometido, no reprimas ese odio, sin embargo después detente a pensar un momento en qué es lo que ha llevado a esa persona actuar de esa manera. Y si, realmente, no podrías haber sido tú, en otras circunstancias, quien lo hubiera hecho. Y es que el sufrimiento es fruto de la ignorancia: “perdónales, porque no saben lo que hacen”.