Si aceptamos las reflexiones presentadas en la primera parte podemos afirmar que la vida, y en última instancia la vida inteligente, son consecuencia obligada de las leyes físicas que rigen el universo. Ahora bien el gran dilema que se crea a raíz de esta conclusión es: ¿es la vida inteligente un subproducto del universo o bien el producto principal? En otras palabras, ¿existe el universo para que se desarrolle la conciencia? ¿O más bien la conciencia, aún siendo fruto de las leyes naturales, es tan solo un efecto secundario del universo?
Ante este tipo de preguntas hay que estar muy alerta con el antropocentrismo. Es muy fácil decantarse, sin más, por la respuesta que otorgue más valor a nuestra vida, puesto que el ser humano necesita encontrarle un valor. Sin embargo de igual modo debemos vigilar con no descartar sin más una respuesta porque pueda parecer antropocentrista. ¿Podemos llegar pues a alguna respuesta mínimamente objetiva? Probablemente, desde la ciencia, no. Ahora bien hay una reflexión que quizá pueda ayudar a esclarecer la duda, aunque quizá aún la potencia más.
Está claro que el universo es como debe ser, que las leyes que lo rigen son “correctas” porque no podrían ser de otra manera. Las cosas son como son. Ahora bien, imaginemos un escenario en que el universo tendiera al orden, a la entalpía, en vez de al caos. El estado inicial del universo sería de caos absoluto y mediante su evolución iría aumentando su orden hasta llegar a un estado de máximo orden, todo lo contrario de lo que sucede en nuestro universo real. A nosotros nos puede parecer muy extraño, imposible, considerar que un objeto en vez de romperse pueda unirse espontáneamente por ejemplo. Sin embargo tan solo nos parece imposible porque es la realidad que conocemos, no porque no pudiera haber esa otra realidad.
Supongamos, como hemos dicho, que hubiera podido ser así. En ese caso las leyes físicas propiciarían que en algunas regiones del universo la entropía, el caos y no el orden, aumentara continuamente, de manera que potenciara aún más el aumento de entalpía a su alrededor. Esas “zonas especiales” del universo serían zonas entrópicas y no entálpicas, tal como lo son las regiones especiales de nuestro universo: los seres vivos. Creo que podemos afirmar que para la expresión de la conciencia, de la inteligencia, se requieren sistemas ordenados, que un sistema caótico no puede desarrollar la inteligencia, tal como vemos en nuestro universo. La inteligencia, la conciencia es propia de los sistemas entálpicos y no entrópicos.
En nuestro universo podemos atrevernos a decir que el origen de máximo orden contenía en sí la inteligencia y la conciencia indiferenciada y unitaria, y que mediante el aumento progresivo de caos en que aparecen los sistemas vivos puede expresarse la conciencia diferenciada e individual.
En el otro universo hipotético, su final de máximo orden contendría esa misma inteligencia y conciencia indiferenciada pero ya que en su previa evolución los elementos “aislados” del universo serían caóticos y no podrían generar conciencia diferenciada, no podría haber autoconciencia en el universo.
Concluyendo, de las dos opciones que me aventuro a pensar que hubieran sido posibles la que existe es precisamente la que permite la autoconciencia en el universo.
¿Es la autoconciencia el objetivo, el propósito, de todo cuanto existe o un mero subproducto?
Ante este tipo de preguntas hay que estar muy alerta con el antropocentrismo. Es muy fácil decantarse, sin más, por la respuesta que otorgue más valor a nuestra vida, puesto que el ser humano necesita encontrarle un valor. Sin embargo de igual modo debemos vigilar con no descartar sin más una respuesta porque pueda parecer antropocentrista. ¿Podemos llegar pues a alguna respuesta mínimamente objetiva? Probablemente, desde la ciencia, no. Ahora bien hay una reflexión que quizá pueda ayudar a esclarecer la duda, aunque quizá aún la potencia más.
Está claro que el universo es como debe ser, que las leyes que lo rigen son “correctas” porque no podrían ser de otra manera. Las cosas son como son. Ahora bien, imaginemos un escenario en que el universo tendiera al orden, a la entalpía, en vez de al caos. El estado inicial del universo sería de caos absoluto y mediante su evolución iría aumentando su orden hasta llegar a un estado de máximo orden, todo lo contrario de lo que sucede en nuestro universo real. A nosotros nos puede parecer muy extraño, imposible, considerar que un objeto en vez de romperse pueda unirse espontáneamente por ejemplo. Sin embargo tan solo nos parece imposible porque es la realidad que conocemos, no porque no pudiera haber esa otra realidad.
Supongamos, como hemos dicho, que hubiera podido ser así. En ese caso las leyes físicas propiciarían que en algunas regiones del universo la entropía, el caos y no el orden, aumentara continuamente, de manera que potenciara aún más el aumento de entalpía a su alrededor. Esas “zonas especiales” del universo serían zonas entrópicas y no entálpicas, tal como lo son las regiones especiales de nuestro universo: los seres vivos. Creo que podemos afirmar que para la expresión de la conciencia, de la inteligencia, se requieren sistemas ordenados, que un sistema caótico no puede desarrollar la inteligencia, tal como vemos en nuestro universo. La inteligencia, la conciencia es propia de los sistemas entálpicos y no entrópicos.
En nuestro universo podemos atrevernos a decir que el origen de máximo orden contenía en sí la inteligencia y la conciencia indiferenciada y unitaria, y que mediante el aumento progresivo de caos en que aparecen los sistemas vivos puede expresarse la conciencia diferenciada e individual.
En el otro universo hipotético, su final de máximo orden contendría esa misma inteligencia y conciencia indiferenciada pero ya que en su previa evolución los elementos “aislados” del universo serían caóticos y no podrían generar conciencia diferenciada, no podría haber autoconciencia en el universo.
Concluyendo, de las dos opciones que me aventuro a pensar que hubieran sido posibles la que existe es precisamente la que permite la autoconciencia en el universo.
¿Es la autoconciencia el objetivo, el propósito, de todo cuanto existe o un mero subproducto?