Aviso
a los que no hayáis visto la muy recomendable 127 horas (o leído el
libro Entre la espada y la pared) porqué esta entrada contiene
spoilers.
Aron
Ralston quedó atrapado hallá por mayo del 2003 en un cañón en
Utah. Mientras lo recorría una roca enorme cayó atrapando su
antebrazo derecho. Durante 127 horas (algo más de 3 días)
permaneció así. Sin dormir, casi sin comer, y prácticamente sin
agua. Finalmente tomó su navaja multiusos de baja calidad (sin filo)
y consiguió amputarse el brazo por debajo del codo. Así salvó su
vida. Y por ello su historia alcanzó difusión mundial. Poco después
Aron escribió una autobiografía y en 2010 Danny Boyle rodó 127horas narrando su epopeya personal.
Aron Ralston graba un mensaje en vídeo para sus padres tras quedar atrapado.
La
difícil y tremenda situación que Aron vivió supuso una dura prueba
personal, de eso no hay duda. Más allá de los hechos objetivos: se
queda apresado, sin comida, sin agua, sin perspectivas de ser
encontrado (no le había dicho a nadie a dónde se dirigía), y
finalmente toma la drástica pero necesaria decisión de amputarse
para sobrevivir, lo interesante es el proceso interno durante toda la
vivencia. A medida que pasaban las horas y los días Aron cada vez
más débil empieza a sufrir alucinaciones, primero relacionadas con
la ansiedad de la situación, el deseo de huir o la necesidad de
agua. Alcanzó la máxima desesperación, la última noche que estuvo
atrapado estaba tan convencido que sería la última de su vida que
llegó a grabar su propio epitafio en la roca. Se entregó a morir.
Es entonces, alrededor de esos momentos, cuando explica que de
repente todo encajó para él. Comprendió que todo aquello lo había
escogido él mismo. Que esa roca estaba allí aguardando su paso
desde hacía millones de años. Que cada aliento y acción que había
tomado lo habían dirigido siempre a ese preciso instante en que la
roca se desprendía y él quedaba atrapado. Él había negado siempre
su vulnerabilidad, hasta el punto de correr el riesgo de ir solo a un
remoto lugar sin que nadie supiera a dónde se dirigía. Sin duda esa
roca estaba ahí para hacerle ganar consciencia de su vulnerabilidad,
para reconocer su humanidad.
Tras
darse por muerto Aron explica que tubo una poderosa visión en que se
vio saliendo de su cuerpo y entrando en un cuarto en que un niño
pequeño estaba jugando y que al verle se le lanzó a los brazos.
Cuando lo miró a los ojos se dio cuenta de que era su hijo. Nada más
poderoso que nuestro hijo para obligarnos a ser vulnerables a la vez
de protectores con los demás.
Pero
Aron en 2003 no tenía hijos. Cuando volvió al estrecho cañón en
que su brazo estaba atrapado supo que si había un hijo esperándole,
él no iba a morir allí atrapado. Tomó una roca y golpeó su brazo
hasta romper los huesos. Luego tomó su navaja sin filo y empezó a
hacer lo único que podía hacer, mutilarse, segar la carne. Lo que
más le costó fue romper los tendones. Finalmente y tras mucho
esfuerzo su brazo derecho se desprendió de su cuerpo. Tras aquella
operación, tras liberarse de la roca, tras todo lo que había
aprendido en esos cinco días de sí mismo y de la existencia humana
y antes de abandonar aquel lugar dijo una palabra: GRACIAS.
Gracias.
Quizás
Aron no lo sabe pero lo que vivió hace diez años fue una búsqueda
de visión. En su caso una búsqueda forzosa. En varias tribus de
indios norteamericanos existe la tradición de la búsqueda de
visión: el individuo se retira a un lugar aislado, a veces con
privación sensorial, ayuna, a veces hasta deja de tomar agua, y no
duerme hasta que finalmente alcanza una visión de sabiduría. En
ocasiones en esas visiones iniciáticas de culturas chamánicas puede
experimentarse un descuartizamiento del cuerpo. Lo que Aron vivió
sin buscarlo de manera consciente fue una búsqueda de una visión
que sin duda cambió su vida para siempre.
Aron con su mujer y su hijo.
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