En
esta obra sobre el dionisismo he querido por un lado analizar lo que
sabemos del antiguo culto báquico y por otro presentar una propuesta
de dionisismo práctico.
La
práctica báquica no puede considerarse una forma de espiritualidad
sino una propuesta de vida integral en que el adepto se entrega a
partes iguales a explorar el mundo de los sentidos y el de
consciencia, puesto que en el fondo son uno mismo. Es por ello que
prefiero considerarlo una forma de misticismo puesto que no prioriza
la esfera del “espíritu” sobre el de la materia sino que propone
des-velar y hacernos ver (mística derivaría del concepto de cerrado
u oculto) la Unidad que subyace a la multiplicidad, sin anular a
ésta.
Aquí el resumen en la contraportada: Existe una forma de vida integral, una perspectiva de le existencia que nos permite descubrir el individuo completo que ya somos. Un misticismo que hace del cuerpo y la mente los vehículos necesarios para la expresión de la Consciencia. Y esa es la propuesta del dionisismo: profundizar en nosotros mismos y en el mundo de los sentidos para desvelar la divinidad que forma nuestro ser más esencial. Este libro expone gran parte de lo que conocemos de la antigua religión mistérica dionisíaca y propone un método mediante el cual el lector podrá erigirse como verdadero bacante y practicante de esta espiritualidad primordial.
Después de más de un año de inactividad, me apetece recuperar el blog para escribir algunos temas que me circulan por la cabeza. Pero antes me gustaría compartir por aquí un par de obras que me autopubliqué, con escaso éxito.
La primera es una colección de relatos cortos en los que fusiono el género pornográfico con el gótico y el fantástico. Sin duda no es una obra para todos los públicos repleta de sexo no normativo, y por eso mismo yo personalmente quedé bastante satisfecho del resultado.
Esta colección de relatos titulada "Sombrío deseo" puedes descargarla gratuitamente de bubok.
Hace
poco leí que al parecer en el DSM-V va a dejar de considerarse como
psicopatológico la práctica de ciertas parafilias como el BDSM (bondage, dominación, disciplina, sadismo, sumisión, masoquismo),
el cross-dresing (el travestismo) o el fetichismo. Ahora que también
parece que el DSM va a dejar de ser referencia para los
psicoterapeutas en EEUU es cuando se “enmienda” esta perspectiva.
Y
es que es muy peligroso (para la libertad personal) que, de entre todas las perspectivas posibles
de lo que es psicopatológico, la que domine en nuestras sociedades
es la que define la psicopatología en función de la conducta
anómala. Evidentemente esta definición permite definir como enfermo
a todo aquel que no se amolde a la media de la sociedad: el
homosexual está enfermo, el practicante de bdsm está enfermo. Coño
es que hasta el friki debe estar enfermo. Los sanos deben ser los
hombres heterosexuales y aficionados al fútbol. Todos los demás
estamos locos. Es el peligro de la norma, de lo “normal”.
Sin
duda esta definición de salud mental es un gran error. La salud
mental resulta mucho más interesante definir en función de otros
aspectos: bienestar emocional de la persona y quizás conducta
adaptativa. Si alguien disfruta y se siente bien siendo azotado y
esta conducta no le produce una desadaptación a la vida que él
mismo desea llevar, ¿dónde está lo patológico? ¿En que no es
normal?
Y
es que además lo normal... es lo estadísticamente normal o lo que
los valores de nuestra sociedad entienden como normal. Porqué si
fuera un hecho estadístico el celibato eclesiástico sería
considerado también psicopatológico y sin embargo no se considera
como tal. Así pues además vemos que lo anormal no es más que un
eufemismo para inmoral.
Probablamente
esté mucho más cerca de lo psicopatológico aquel que defiende su
normalidad a ultranza, aquel que está hiperadaptado a las normas
(entiéndase a lo que se considera correcto) de su sociedad que un
practicante de bdsm. El motivo es evidente: aquel que no se atreve a
explorar sus impulsos internos es más probable que padezca mayor
sufrimiento emocional y sea menos capaz de llevar la vida que desea,
que no aquel que se escucha y se acepta.
Aviso
a los que no hayáis visto la muy recomendable 127 horas (o leído el
libro Entre la espada y la pared) porqué esta entrada contiene
spoilers.
Aron
Ralston quedó atrapado hallá por mayo del 2003 en un cañón en
Utah. Mientras lo recorría una roca enorme cayó atrapando su
antebrazo derecho. Durante 127 horas (algo más de 3 días)
permaneció así. Sin dormir, casi sin comer, y prácticamente sin
agua. Finalmente tomó su navaja multiusos de baja calidad (sin filo)
y consiguió amputarse el brazo por debajo del codo. Así salvó su
vida. Y por ello su historia alcanzó difusión mundial. Poco después
Aron escribió una autobiografía y en 2010 Danny Boyle rodó 127horas narrando su epopeya personal.
Aron Ralston graba un mensaje en vídeo para sus padres tras quedar atrapado.
La
difícil y tremenda situación que Aron vivió supuso una dura prueba
personal, de eso no hay duda. Más allá de los hechos objetivos: se
queda apresado, sin comida, sin agua, sin perspectivas de ser
encontrado (no le había dicho a nadie a dónde se dirigía), y
finalmente toma la drástica pero necesaria decisión de amputarse
para sobrevivir, lo interesante es el proceso interno durante toda la
vivencia. A medida que pasaban las horas y los días Aron cada vez
más débil empieza a sufrir alucinaciones, primero relacionadas con
la ansiedad de la situación, el deseo de huir o la necesidad de
agua. Alcanzó la máxima desesperación, la última noche que estuvo
atrapado estaba tan convencido que sería la última de su vida que
llegó a grabar su propio epitafio en la roca. Se entregó a morir.
Es entonces, alrededor de esos momentos, cuando explica que de
repente todo encajó para él. Comprendió que todo aquello lo había
escogido él mismo. Que esa roca estaba allí aguardando su paso
desde hacía millones de años. Que cada aliento y acción que había
tomado lo habían dirigido siempre a ese preciso instante en que la
roca se desprendía y él quedaba atrapado. Él había negado siempre
su vulnerabilidad, hasta el punto de correr el riesgo de ir solo a un
remoto lugar sin que nadie supiera a dónde se dirigía. Sin duda esa
roca estaba ahí para hacerle ganar consciencia de su vulnerabilidad,
para reconocer su humanidad.
Tras
darse por muerto Aron explica que tubo una poderosa visión en que se
vio saliendo de su cuerpo y entrando en un cuarto en que un niño
pequeño estaba jugando y que al verle se le lanzó a los brazos.
Cuando lo miró a los ojos se dio cuenta de que era su hijo. Nada más
poderoso que nuestro hijo para obligarnos a ser vulnerables a la vez
de protectores con los demás.
Pero
Aron en 2003 no tenía hijos. Cuando volvió al estrecho cañón en
que su brazo estaba atrapado supo que si había un hijo esperándole,
él no iba a morir allí atrapado. Tomó una roca y golpeó su brazo
hasta romper los huesos. Luego tomó su navaja sin filo y empezó a
hacer lo único que podía hacer, mutilarse, segar la carne. Lo que
más le costó fue romper los tendones. Finalmente y tras mucho
esfuerzo su brazo derecho se desprendió de su cuerpo. Tras aquella
operación, tras liberarse de la roca, tras todo lo que había
aprendido en esos cinco días de sí mismo y de la existencia humana
y antes de abandonar aquel lugar dijo una palabra: GRACIAS.
Gracias.
Quizás
Aron no lo sabe pero lo que vivió hace diez años fue una búsqueda
de visión. En su caso una búsqueda forzosa. En varias tribus de
indios norteamericanos existe la tradición de la búsqueda de
visión: el individuo se retira a un lugar aislado, a veces con
privación sensorial, ayuna, a veces hasta deja de tomar agua, y no
duerme hasta que finalmente alcanza una visión de sabiduría. En
ocasiones en esas visiones iniciáticas de culturas chamánicas puede
experimentarse un descuartizamiento del cuerpo. Lo que Aron vivió
sin buscarlo de manera consciente fue una búsqueda de una visión
que sin duda cambió su vida para siempre.