miércoles, 25 de noviembre de 2009

La virtud de la ignorancia

Vivimos con la creencia de comprender el entorno que nos rodea. Y lo cierto es que nos es imposible conocer la realidad, puesto que todo lo que percibimos es construido por nuestra mente. Jamás podremos conocer la realidad directamente, tan sólo tenemos las percepciones que recibimos de ella a través de los sentidos. Igualmente la ciencia y el pensamiento racional tampoco nos permiten entender la realidad, tan sólo permite construirnos una idea de ella. Tenemos el mapa (dibujado por nuestros sentidos y nuestro pensamiento) pero nada más, no podemos poseer la realidad. Somos en esencia, ignorantes. Pero el problema en sí no es la ignorancia si no la inconsciencia de ésta, la creencia de que conocemos. Así lo expresó Sócrates, según Platón en su Apología de éste:

“Es probable que ni uno ni otro sepamos nada que tenga valor, pero este hombre cree saber algo y no lo sabe, en cambio yo, así como, en efecto, no sé, tampoco creo saber. Parece, pues, que al menos soy más sabio que él en esta misma pequeñez, en que lo que no sé tampoco creo saberlo.”


Y probablemente el peor de los males que puede azotar a un ser humano, y a una sociedad, es el fanatismo: creerse en posesión de la verdad. La única cura posible del fanatismo es la aceptación de la incapacidad de conocer la realidad, la inexistencia de una verdad objetiva e imparcial.

Así pues la única sabiduría posible es la de la aceptación de la propia ignorancia. Aquel que duda de si mismo, que ejercita la autocrítica, se asegura el único progreso posible: el cambio, la evolución. Todo está en constante cambio, e intentar alejarnos de esa ley universal es imposible, aunque desde nuestro ego queramos cerrarnos a él. Aquel que se estanca en los paradigmas del falso control, del “yo soy así” o “así es como pienso” se está cerrando a la vida. Y no sólo eso si no que está sentando las bases para los más graves conflictos entre personas y entre sociedades.

El progreso material, tecnológico, médico etc. está basado fundamentalmente en la capacidad de autocrítica. La ciencia en sí debe basarse en este principio, a pesar de que haya individuos dentro de éste ámbito que también sean incapaces de entender el beneficio que supone dudar.

Posicionarnos en la perspectiva de la duda, de la ignorancia, nos permite siempre adquirir nuevas ideas, nuevos patrones de conducta, nuevas visiones vitales que nos permitirán adaptarnos a nuevas circunstancias. Situarnos en la perspectiva del conocimiento, de creer que conocemos, supone cerrarnos a la única Verdad: que no hay verdad, que no hay conocimiento objetivo.

La capacidad de dudar nace de la aceptación de las experiencias vividas. A medida que avanzamos en la vida se nos presenta la oportunidad de entenderlo, puesto que en múltiples ocasiones nuestras ideas preconcebidas se ven refutadas por los hechos. Ante esta oportunidad podemos aceptar que somos unos ignorantes, y esa ignorancia es precisamente la que nos abre la oportunidad de asumir nuevos conocimientos.

“Para venir a saberlo todo
no quieras saber algo en nada.


Para venir a lo que no sabes
has de ir por donde no sabes.”

Extractos de “La subida al monte Carmelo” de San Juan de la Cruz