jueves, 8 de julio de 2010

Homonoia y Gobierno Mundial.

De entre todos cuantos han pretendido conquistar y dominar el mundo quizá el único que se merecía conseguirlo fue Alejandro Magno. Y esto es porque el fin que perseguía era único. Cierto que muchos conquistadoras han pretendido establecer un solo estado bajo el que todos los hombres vivieran en paz, sin embargo a diferencia del resto el emperador macedonio no lo intentó a través de imponer la propia cultura a los demás pueblos.
Alejandro Magno, superando la visión de su mentor Aristóteles, consideraba que griegos y “bárbaros” eran iguales. Bajo la premisa de igualdad entre todos los hombres y pueblos quiso gobernar su vasto imperio a través de la homonoia, palabra griega para la unidad de pensamiento o de corazón. A pesar de conquistar territorios Alejandro no imponía su forma de vida si no que se adaptaba a la cultura de cada lugar, buscando establecer así un único estado multicultural. Algo casi único en la historia. Cierto que ese estado poseería una lengua franca para la comunicación, cierto que se produciría un mestizaje de culturas en la que la individualidad absoluta se perdería, pero también es cierto que la conjunción entre igualdad y diferencia permitiría la vida pacífica de sus súbditos.
Alejandro fue un adelantado a su época, buscaba un fin sumamente noble para el cual solo disponía del ruin medio de la guerra, la conquista y la sangre.

¿A caso no es un fin deseable que un día la humanidad esté unida? ¿Que manteniendo su diversidad cultural todos trabajemos para el bien común, que aquello que nos une pese más aquello que nos diferencia?

Y sin embargo cuando escuchamos hablar de Nuevo Orden Mundial o de Gobierno Único Mundial nos suele entrar el pánico. Desde la época de los Illimunati hasta la presente del club Bilderberg todos pensamos en manipulación y dominación a manos de unos pocos cuando escuchamos estos nombres. Ciertamente es probable que pretendan imponer su visión al resto de la humanidad. Su objetivo es una aberración. Por otro lado esta claro que este cambio no puede ser impuesto por unos pocos, como comprobó Alejandro, ni que puede ser para su beneficio.

No obstante Gobierno Mundial no es sinónimo de poder centralizado en unos pocos, ni de dominación. Sería como aceptar que estado es sinónimo de dictadura.  Yo opino que un Gobierno Único Mundial, aunque sumamente descentralizado y manteniendo la diversidad cultural, así como basado en la democracia directa debe ser el futuro de la humanidad. Los grandes males de la guerra y del hambre sin duda se verán reducidos drásticamente. Creo que los beneficios sobrepasan con creces a los posibles perjuicios.

Es hora de aceptar ese futuro y desbancar a aquellos que lo quieren imponer para el propio beneficio. Sin embargo para eso debemos superar antes de manera definitiva el miedo al otro. Es hora de dejar de luchar por nuestro pueblo, nuestro estado o nuestra civilización, es hora de luchar por el bien común de todo ser humano, porque luchar por la humanidad es luchar por uno mismo.

Hace tres mil años temíamos que la aldea de al lado nos atacara, hoy lo tememos a que lo haga el continente de al lado. Quizá en un futuro no debamos temer por nadie.

miércoles, 23 de junio de 2010

La muerte: paradoja de un tabú.

En nuestra búsqueda del placer o mejor aún en nuestra huída del dolor hemos hecho de la muerte un tabú. La medicina moderna nos ha ayudado a ello, hemos alargado tanto la esperanza de nuestra vida y sobretodo hemos alejado tanto la muerte de la infancia que parece que viviremos indefinidamente.

Así la muerte ha pasado a considerarse algo prohibido, algo sucio, algo incluso innatural, impropio, un fracaso de la naturaleza. La rechazamos, sin duda. La hemos medicalizado, la hemos intentado racionalizar. Incluso en nuestra huída hacia delante la hemos intentado convertir en ficción: la hemos alejado de nuestra vida rutinaria y sin embargo la pornografía de la muerte está a la orden del día en la televisión, en Internet.

La muerte, deseamos creer, es algo que solo ocurre en el monitor o, quizá, aislada en una fría sala de hospital.

Que gran paradoja, que gran ironía. ¡Estamos rodeados de muerte continuamente, incluso comemos muerte cada día! La mesa sobre la escribo es un cadáver, como lo son los muebles de mi dormitorio. Todo cuanto ingiero, todo de lo que me alimento, son cadáveres. Como cadáveres, como muerte. ¿Y sin embargo quiero pensar que la muerte es algo irreal y lejano? La muerte nos rodea lo queramos o no.

La muerte es nuestro ineludible destino y convertirlo en tabú, alejándola de la cotidianidad, sin duda nos impide vivir plenamente. Pues no tenemos un tiempo infinito para vivir. Ser conscientes de nuestro propio fin es un gran motor para nuestro desarrollo. 
 
Autor: Eugène Delacroix, 1839

No comprendo qué es este universo en que vivimos, no me explico qué es la vida ni la muerte. Sin embargo entiendo que de alguna manera la muerte, esa transición natural hacia otro estado o hacia el vacío, marcan un límite máximo a mi actual forma de existencia.

Voy a recordarme a mi mismo cada día que soy mortal para acordarme cada día de que estoy vivo.

domingo, 23 de mayo de 2010

La Sombra: una reflexión histórico-cultural.



El concepto del arquetipo de Sombra fue acuñado por el psicólogo C.G. Jung en su teoría sobre la mente humana. Según el autor la Sombra es aquella parte del inconsciente producto de todo aquello que rechazamos en nuestra propia naturaleza. Se puede considerar aquella parte instintiva, elemental del ser humano que suele ser rechazada desde el Yo consciente. Supone nuestros aspectos más pasionales como la ira, la agresividad, el odio, la lujuria, el dolor, el miedo, la pena y también los conceptos de enfermedad o muerte. Todo aquello que rechazamos aceptar no desaparece si no que aún estando reprimidos se encuentran en el inconsciente y generan una división, una escisión en nuestra psique. Aquello que no aceptamos en nosotros mismos pasa a formar nuestra Sombra, permaneciendo en la oscuridad y aterrorizándonos.


A pesar de que fue Jung quien realizó este planteamiento, relacionado con el del inconsciente de Freud, en realidad no hizo si no que racionalizar algo que se encontraba ya simbólicamente (y a veces aún más) en muchas obras literarias del siglo XIX. Sin embargo no tan solo se encuentra en la novela gótica del romanticismo ya se puede hallar universalmente a lo largo de la historia.

De hecho en la mitología popular europea se nos habla ya de la lucha entre el yo consciente y la sombra: en las historias de vampiros y de hombres lobo, e incluso también en cuentos populares como “la bella y la bestia”.

En otras culturas la importancia de la aceptación y la integración de las dos polaridades que forman al ser humano son fundamentales por ejemplo en el yoga o el taoísmo (con su teoría del yin-yang). La escritora  Ursula K. Le Guin, fuertemente influida por el pensamiento taoísta, acabó convirtiendo su obra de fantasía “Un mago de Terramar” en un pequeño tratado de la lucha entre la parte luminosa y la parte oscura del hombre, y su final integración.

Como decía durante el siglo XIX fue rico en novelas acerca del tema de la lucha entre la consciencia y la sombra. Algunas de las obras clave de la literatura gótica son muy claras en este sentido: “El retrato de Dorian Gray” de Óscar Wilde, “El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde” de Robert Luis Stevenson, “Nuestra señora de París” de Víctor Hugo, “Drácula” de Bram Stoker, “El fantasma de la ópera” de Gastón Leroux. Incluso también obras del pre-romanticismo como “Fausto” de Goethe, o de ciencia ficción como “El hombre invisible” de H.G. Wells. Todas estas obras siembran la semilla de lo que luego cristalizaría en la reflexión psicológica de Freud o de Jung. 
 
 
Richard Mansfield como "dr. Jekyll y Mr. hyde"

Sin embargo Jung quizá se atrevió a dar un paso más. Propuso que es necesario aceptar la Sombra, no luchar contra ella, si no conocerla e integrarla a la conciencia de manera que el ser humano pueda así alcanzar su máxima potencialidad.

A finales del siglo XX y en este siglo XXI la subcultura gótica mantiene esa reflexión (de manera más o menos consciente) a cerca de la faceta humana que tendemos a reprimir y a esconder. De alguna manera en el gótico actual, verdadera continuación del romanticismo, se comprende que los instintos básicos y los temores vitales deben ser experimentados con la intención de ser comprendidos e integrados en nuestra psique para su mayor amplitud.

“Uno no alcanza la iluminación fantaseando sobre la luz sino haciendo consciente la oscuridad”    C.G. Jung

sábado, 23 de enero de 2010

¿Hacia donde vamos? O sobre la futilidad del progreso.



Como arrastrada por una corriente invisible, que nos empuja con una fuerza descomunal, la humanidad avanza. Desarrollamos ciencia, tecnología, medicina. Incrementamos nuestra comodidad material, nuestros años de vida y el conocimiento de la civilización. Consumimos nuestro planeta, seguimos enfrentados entre nosotros, dejamos el poder en mano de unos pocos para continuar con un sistema que parece funcionar, que parece que realmente nos lleva hacia delante.

Y sin embargo, ¿qué hemos conseguido realmente? En todas estas aparentes grandezas y dramas en pos de un bien mayor, ¿qué hay de verdaderamente digno? De entre todo este avance, ¿hay algo que realmente haya dignificado, elevado y sublimado la existencia humana? Nada.






Avanzamos ciegos, avanzamos ignorantes, avanzamos sin un rumbo, sin una motivación auténtica. Las respuestas hedonistas son una falacia, creamos más bienestar para las futuras generaciones: en polvo acabarán convertidas como nosotros mismos. Sin duda a veces me pregunto cómo es posible que ante todo este sin sentido, ante todo el torbellino, ante crisis económicas, ecológicas, humanas, vitales, cómo a pesar de todo esto el ser humano siga reproduciéndose. A veces realmente me pregunto si no llegará un día en que levante la vista de su cómoda vida o de sus vanas esperanzas que persisten en mitad de la miseria más absoluta, contemple la realidad que percibe y se diga: debemos extinguirnos. Dejar el susodicho avance, vana ilusión, y evitar sufrir a más seres humanos y al planeta en su conjunto.

Observo a mi alrededor y nos veo a todos ocupados en nuestros juegos de niños: en crear tecnología, en desarrollar la ciencia, en ser competitivo en nuestro trabajo, en preocuparnos porque el nuestro no nos gusta, en pensar que falta un día menos para el fin de semana, en dar importancia en definitiva a aspectos del ser humano que en esencia son fútiles. Nada de eso nos llevaremos a la tumba, nada de eso se valora como digno en el momento previo a expirar. Y entonces, ¿por qué seguir trayendo criaturas a este mundo?

Porque tengo la esperanza que llegue un día no en que el ser humano desespere al mirar a su alrededor, si no que sea capaz de observar lo que ha venido haciendo y sea capaz de darle un rumbo no solo a su existencia individual si no a la existencia colectiva e incluso a la existencia del universo en su conjunto.

La vida se reproduce siguiendo un impulso natural, derivado de las leyes físicas del cosmos. Sin embargo el ser humano tiene la capacidad de rechazar ese impulso. ¿Reproducirnos para qué? ¿Por qué hemos de hacerlo? ¿Tan sólo porque somos animales? ¿A caso es justo traer una nueva conciencia que va a sufrir y que en definitiva se va a tener que enfrentar al drama de la finitud de su propia existencia, de la muerte?
Progresar, ¿hacia dónde? ¿Qué perseguimos con tanto anhelo? ¿Aniquilar nuestro ecosistema tan sólo para jugar a la consola? ¿Hacia donde progresa la vida en sí misma? ¿A caso no tiende hacia un fin inexorable cuando la entalpía en el universo sea insuficiente para sustentarla?

Mientras no respondamos o, incluso aún más importante, no nos hagamos estas preguntas corremos el riesgo de un día decirnos a nosotros mismos: más nos valdría extinguirnos. Y si nos extinguimos sin haber ejercido nuestra obligación de contemplación nuestra existencia como especie en conjunto habrá sido en vano.