viernes, 18 de diciembre de 2009

Sed de sangre: nuestra naturaleza vampírica

El momento actual en que el género vampirico, tan trillado, vuelve (o más bien continúa) a estar de moda puede ser una buena oportunidad para reflexionar a cerca del porqué resulta tan atrayente.

Es evidente que el mito del vampiro, como muchos otros, ha ido variando a lo largo de la historia, adaptándose junto al resto de la cultura. Desde la figura de la más lejana antigüedad, pasando por la medieval hasta la actual el vampiro se ha ido transformando notablemente. La amenazante y temible figura del cadáver que recobra vida para salir de su tumba y así alimentarse de la sangre de los vivos es apenas reconocible en el vampiro actual. Hoy en día se nos presenta al vampiro más bien como un ser sobrenatural, tremendamente atractivo, sensual y sexual, que “vive” de manera extrema, que es inmortal y siempre joven, y que tiene unas habilidades sobrehumanas. Sí, continúa estando muerto, siendo violento, alimentándose de sangre para vivir pero más que miedo, que se supone aún debe ejercerlo sobre los mortales, nos produce esa extraña atracción por el peligro.

Como he mencionado ésta no es la idea original del vampiro. Sin embargo el origen, los inicios, de este “nuevo” vampiro lo encontramos ya en Drácula de Bram Stoker. El vampiro en su forma actual es en realidad el resultado de la fusión de dos figuras mitológicas: el vampiro en sí y los demonios sexuales (íncubos y súcubos). Éstos últimos eran demonios que se introducían en las alcobas durante la noche y mediante relaciones sexuales con los mortales les robaban su energía vital.
La figura del vampiro actual es magnífica. Gracias a la evolución cultural, en que a pesar de que se han establecido nuevos tabúes también se han roto otros (aunque solo en parte), tenemos una figura mítica en que se aúna el sexo y la muerte, el eros y el tánatos, los dos grandes motores de la vida humana: placer y miedo.


The vampire, de Philip-Burne Jones, 1897


Y aún una lectura más profunda es posible. El vampiro es en realidad una alegoría de lo que todo ser humano es y de lo que desea, en toda su evolución posible. Miremos alrededor, a nosotros mismos sobretodo: vivimos la vida como si no fuera a acabar nunca, nos movemos siempre buscando el placer y siempre buscamos el provecho en la relación con los demás (somos egoístas). Somos, en el fondo, proyectos fracasados de vampiros: inmortales, hipersexuales y bebedores de la sangre y la esencia de los demás. Por eso mismo atrae tanto el género, porque el vampiro es lo que somos, pero más. Y el ser humano siempre quiere más, nos gustaría poder ser vampiros, es decir seres humanos llevados al extremo.

Pero aún queda el elemento clave del mito del vampiro: la luz del sol que mata al vampiro. El vampiro es un ser de oscuridad, vinculado a la noche y por tanto al inconsciente, a la pasión, pero también a la ignorancia y al sufrimiento. No lo olvidemos, en el fondo el vampiro aparece casi siempre sufriendo: vive externamente con mayor vehemencia pero la inmortalidad diluye la emoción con que vive, lo sacia del dolor acumulado por los siglos y lo hace ignorante al desconectarlo del aquí y el ahora. La luz, la sabiduría, elimina radicalmente la oscuridad. Es por eso que el sol mata al vampiro, es su antítesis, más en realidad es su destino final, es su sublimación, debe ser su objetivo: el suicidio exponiéndose al astro rey.

Y sin embargo el sol no tiene ese efecto sobre el humano corriente. Vivimos sumidos en la mediocridad, tibiamente: no podemos ser quemados por el sol, nuestra ignorancia y nuestro dolor no pueden ser eliminados por la sabiduría, porque no nos introducimos de pleno en la sombra, en la oscuridad. Para que el sol nos pueda matar debemos convertirnos antes en vampiros, para que la sabiduría nos ilumine debemos entregarnos antes totalmente a nuestra naturaleza salvaje, vital, pasional, egoísta y sexual.



Para el vampiro sólo tiene sentido ser inmortal si llega el momento en que decide exponerse al sol. Para el humano solo debe tener sentido vivir para realizar la oscuridad y la luz en si mismo.