miércoles, 23 de junio de 2010

La muerte: paradoja de un tabú.

En nuestra búsqueda del placer o mejor aún en nuestra huída del dolor hemos hecho de la muerte un tabú. La medicina moderna nos ha ayudado a ello, hemos alargado tanto la esperanza de nuestra vida y sobretodo hemos alejado tanto la muerte de la infancia que parece que viviremos indefinidamente.

Así la muerte ha pasado a considerarse algo prohibido, algo sucio, algo incluso innatural, impropio, un fracaso de la naturaleza. La rechazamos, sin duda. La hemos medicalizado, la hemos intentado racionalizar. Incluso en nuestra huída hacia delante la hemos intentado convertir en ficción: la hemos alejado de nuestra vida rutinaria y sin embargo la pornografía de la muerte está a la orden del día en la televisión, en Internet.

La muerte, deseamos creer, es algo que solo ocurre en el monitor o, quizá, aislada en una fría sala de hospital.

Que gran paradoja, que gran ironía. ¡Estamos rodeados de muerte continuamente, incluso comemos muerte cada día! La mesa sobre la escribo es un cadáver, como lo son los muebles de mi dormitorio. Todo cuanto ingiero, todo de lo que me alimento, son cadáveres. Como cadáveres, como muerte. ¿Y sin embargo quiero pensar que la muerte es algo irreal y lejano? La muerte nos rodea lo queramos o no.

La muerte es nuestro ineludible destino y convertirlo en tabú, alejándola de la cotidianidad, sin duda nos impide vivir plenamente. Pues no tenemos un tiempo infinito para vivir. Ser conscientes de nuestro propio fin es un gran motor para nuestro desarrollo. 
 
Autor: Eugène Delacroix, 1839

No comprendo qué es este universo en que vivimos, no me explico qué es la vida ni la muerte. Sin embargo entiendo que de alguna manera la muerte, esa transición natural hacia otro estado o hacia el vacío, marcan un límite máximo a mi actual forma de existencia.

Voy a recordarme a mi mismo cada día que soy mortal para acordarme cada día de que estoy vivo.